lunes, 10 de diciembre de 2018

EL FIN DE LA ESTRATEGIA


Los procesos de gestión de la mayoría de las organizaciones se articulan en torno a los procesos, la planificación, los presupuestos y las evaluaciones. Todo el sistema está configurado para responder y trabajar con una estrategia deliberada establecida. Como dice Vargas (2014), “para alcanzar el futuro se necesita de una estrategia”. Pero hoy creo que no la necesitamos (piensen cuantas veces se cumple con la estrategia deliberada y el esfuerzo dedicado a su planificación y a su posterior replanificación retrospectiva y ajuste de planes, programas y presupuestos).
Una organización es un sistema vivo, una entidad con energía propia, con su propia identidad, su propio potencial creativo y su rumbo. No necesitamos decirle qué hacer, sólo escuchar, estar atentos, permanecer abiertos a lo inesperado, a lo nuevo. Así que no se necesitan procesos estratégicos, nada más que un propósito claro. La estrategia emerge todo el tiempo, en todas partes, en la medida que las personas juegan con las ideas y el entorno. En su agitación, las interacciones concretizan ciertas variables y no otras, adoptando diferentes configuraciones.
La auto-organización es la fuerza vital del mundo y prospera en el filo del caos. En ese momento, la organización evoluciona, se transforma, se adapta, quedándose con aquello que funciona y abandonando aquellas ideas que no prenden. Y en este contexto, caracterizado por un ambiente complejo y turbulento, la estrategia siempre será emergente (pues no es ni intencional ni anticipada) y altamente adaptativa, ya que permite a la organización “responder a una realidad en evolución” (Mintzberg & Waters, 1985). ¿Qué realidad? ¿Una realidad que creamos nosotros?

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